jueves, 30 de abril de 2015

1º de Mayo: Día Internacional de los Trabajadores





   Hace más de un siglo que se viene conmemorando en cada primero de mayo una jornada combativa por las reivindicaciones de diversas mejoras laborales, causas que le han costado miles de muertos a la clase obrera y explotada en esta relación permanente y existencial sobre la que se mantiene esta sociedad capitalista.
   La prensa y los instrumentos de poder de la burguesía durante décadas han tratado de modificar el sentido esencial de esta fecha. “Día del trabajo”, pensado como un franco o un día descanso dominical más. Eficaz para palear los dolores causados por el agobiante trabajo en las fábricas, o para aprovechar las delicias gastronómicas de cada región y de ofrecer alabanzas en la iglesia.

   Sin embargo, producto de la memoria de los millones de obreros y obreras de todo el mundo que aún reivindican a los caídos que, cayendo de pie anhelaron una sociedad mejor y más equitativa, es que se conoce y se transmite el verdadero mensaje y espíritu de esta fecha, para nada alegre pero sumamente reconfortante para nosotros, los oprimidos.



¿Por qué el 1º de mayo?


   Todo se remite a Chicago, Estados Unidos. A fines de abril de 1886, cuando un grupo de obreros anarquistas comenzó una campaña emancipadora, buscando lograr que la jornada promedio de trabajo durase 8 horas (para entonces, duraban entre 12 y hasta 18 horas). Sucesivamente, convocaron a una manifestación, que por cierto fue masiva, para el 1º de mayo, a la cual acudieron 200.000 personas; y la misma se extendió entre los días 2 y 3 como reflejo de la necesidad de resistir ante las feroces represiones que emprendías las fuerzas policiales estadounidenses. El resultado de ellas fueron dos trabajadores muertos, y la consecutiva decisión por parte de los manifestantes de organizar una nueva protesta para el día próximo.
   El 4 de mayo de 1886, más de 20.000 trabajadores se levantaron frente a Haymarket Square (Plaza del Mercado del Heno) como respuesta a la mortífera represión desatada contra ellos durante los tres días anteriores. Esta manifestación se encontraba ‘permitida’ por las autoridades locales por ser pacífica, pero a su culminación la siguió una lógica arremetida policial contra los que aún quedaban concentrados, procurando dispersarlos. Según el relato oficial, en el desconcierto de la situación por aquellas horas, uno de los trabajadores, al cual nunca se lo pudo identificar y esto llevó a sospechar sobre la incursión de algún provocador financiado por la patronal, arrojó una bomba que ocasionó la muerte de 7 uniformados y unos 60 de ellos heridos. Esto provocó la reacción de las fuerzas del orden, que se tradujo en una salvaje represión policial que, al cabo de unos pocos minutos, produjo decenas de muertos (en total fueron 80 asesinados y alrededor de 200 heridos). La ‘Revuelta de Haymarket’ pasaría a ser un hito en la historia del movimiento obrero; signo de orgullo, organización y rebelión de nuestra clase contra el régimen burgués que aun hoy nos domina.

   En las horas siguientes se declaró el estado de sitio (en otras palabras, ‘caza del anarquista’) y se encarceló a cientos de obreros, aunque se imputaron a 31, entre los que se encontraban algunos líderes sindicales anarquistas, de renombre global por sus participaciones en la Internacional. Ellos eran ocho: Adolph Fischer, Augusto Spies, Albert Parsons, George Engel, Louis Lingg, Michael Schwab, Samuel Fielden y Oscar Neebe.
 
   Los cuatro primeros fueron condenados a la horca como disposición determinada por el fiscal Grinnel, quien expresó el último día del juicio, el 11 de agosto de 1886, lo siguiente: “Estos hombres han sido seleccionados porque fueron líderes. No fueron más culpables que los millares de sus adeptos. Señores del jurado: ¡declarad culpables a estos hombres, haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a nuestra sociedad!”. El juicio había comenzado el 21 de junio, pero los investigadores no pudieron reunir suficientes pruebas para hallar culpable al arrojador de la bomba, por lo que la condena a los mártires de Chicago, fue una injusticia que no debe tener ni olvido ni perdón. El 11 de noviembre de 1887, finalmente fueron ahorcados.

   George Engel, un alemán de 50 años que había emigrado hacia Norteamérica en búsqueda de prosperidad económica y se encontraba a punto de morir, alcanzó a decir ante el tribunal: "¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencia deben ser utilizadas en beneficio de todos. Vuestras leyes están en oposición con las de la naturaleza, y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida, la libertad, el bienestar". Por su parte, el día anterior al ahorcamiento de los cuatro, Lingg se suicidó con una bomba casera que había preparado en la cárcel, impidiendo así la aplicación de la “justicia del sistema” sobre su persona. Michael Schwab y Samuel Fielden fueron condenados a prisión perpetua y Oscar Neebe, a 15 años de encarcelamiento. No obstante, estos últimos tres no cumplieron la totalidad de sus penas.
   El 26 de junio de 1893 se indultó a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab, gracias a la petición formal que firmaron 60.000 personas y que fue acatada por el alcalde de Illinois, John Atlgeld, quien también les otorgó el “perdón absoluto”, luego de revisar los archivos de la causa y comprender las tantas irregularidades de la condena.

   La Conferencia Internacional de Trabajadores de 1889 que celebró el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional en París, decidió que el 1º de mayo de cada año se lo conmemorara como el “Día Internacional de los trabajadores”, una jornada que debería significar lucha por las reivindicaciones obreras y en memoria de los compañeros caídos en 1886, los "Mártires de Chicago".




A 129 años de la Revuelta de Haymarket

 
   Nos encontramos a 129 años de aquella heroica jornada, que le valió la vida a grandes luchadores, para convertirse en mártires de la clase obrera y, que al mismo tiempo, permitió direccionar la senda combativa que los trabajadores debían seguir para alcanzar una de las reivindicaciones más postergadas, y tan necesaria: la jornada laboral de 8 horas.
   El ideal de 8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 horas para el disfrute de la vida, la familia, las ciencias y las artes, se constituía como un anhelo inalcanzable para los obreros de fines del siglo XIX. Hoy es lo mínimo que procuramos gozar en un empleo formal.
  
   La legislación laboral avanzó en el último tiempo, no obstante, esto no implica que los problemas de los trabajadores se encuentren solucionados. Muy lejos de ello, el desarrollo de las maquinarias, la racionalización científica de los métodos de trabajo y la concentración económica de las grandes empresas denigran las condiciones y aspiraciones de progreso de los obreros.

   Así como los Mártires de Chicago cayeron luchando por la jornada de 8 horas, hoy son reprimidos, asesinados, aprehendidos o condenados a cadena perpetua, miles por organizarse, por desarrollar una ideología libertadora, por realizar cortes, protestas o huelgas contra las patronales, los empresarios y los gobiernos al servicio de éstos.

   No hay mejor demostración de fidelidad a los principios defendidos por los revoltosos de Haymarket, que reproduciendo su praxis.

 

'Revuelta de Haymarket'