jueves, 27 de agosto de 2015

Agrotóxicos: Historia del glifosato





   El cinismo, la ceguera y la avaricia de las empresas multinacionales por aumentar permanentemente sus ganancias las dirige hacia una anulación de todo tipo de planteo ético, producción sustentable o respeto hacia la naturaleza. La destrucción de la tierra, bosques y vida humana siempre han sido percibidas como inevitables efectos colaterales del desarrollo industrial, “necesario” para el progreso.
 

   Con pretexto de “alimentar a miles de millones”, las empresas de los agrotóxicos emplearon, emplean y tienen la intención de seguir empleando en sus productos, químicos nocivos para las poblaciones en pie y que comprometen seriamente la vida de las próximas generaciones. Pero para que hoy estos herbicidas se comercialicen con total negligencia, fueron necesarios los fraudes científicos, la inversión en investigación química, la complicidad de muchos científicos que contribuyeron al enriquecimiento de estas empresas y al perjuicio de millones de personas, y las experimentaciones con animales, destinados a sufrir dolor, mutaciones y muerte prematura.



Origen: El "agente naranja" como antecedente del glifosato


   A principios de la década de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, la irrupción del ejército norteamericano se dio tras el bombardeo de Pearl Harbour. Como primer método para vencer al ejército japonés, el Ministerio de Defensa propuso la destrucción de las cosechas de arroz del territorio nipón utilizando un potente herbicida, que aún no existía. A causa de ello, la ciencia estadounidense realizó intensas investigaciones que dieron como resultado el desarrollo de dos herbicidas combinados entre sí: el 2,4D y el 2,4,5-T.
Aviones estadounidense rociando "agente naranja" sobre bosques de Vietnam.
   Durante la guerra de Vietnam, la “operación Ranch Hand” fue una estrategia militar pensada por el ejército estadounidense para diezmar a los guerrilleros Vietcong, que consistía en la destrucción masiva de la vegetación de la jungla (evitando así que los guerrilleros pudieran camuflarse) y de los cultivos para debilitar a la población rural (que finalmente emigró a las ciudades de Vietnam del Sur), mediante el vierte de algún herbicida potente con tal capacidad arrasadora. Para desarrollarlo, el gobierno de Estados Unidos acudió a la prestación de servicios de siete empresas que manejaban agrotóxicos entonces; Monsanto y Dow Chemical Company fueron las principales, pero también se incluyó en el plan de fabricación a Diamond Shamrock Corporation, Hercules, Inc., TH Agricultural & Nutrition Company, Thompson Chemicals Corporation y a Uniroyal Inc. En conjunto realizaron investigaciones y probaron combinaciones con los herbicidas más nocivos que estaban a su alcance. Luego de intensas pruebas se le presentó al Departamento de Defensa de los Estados Unidos una combinación entre dos herbicidas hormonales 2,4-D (ácido 2,4-diclorofenoxiacético) y 2,4, 5-T (ácido 2,4-diclorofenoxiacético), que popularmente fue conocido como “agente naranja” por el color de su botella contenedora.

   Entre 1962 y 1971, los aviones de guerra de Estados Unidos y aliados llegaron a dispersar 75.000.000 de litros de herbicida, compuesto principalmente por “agente naranja”, ocasionando la destrucción de más de 10.000.000 de hectáreas productivas, la muerte de aproximadamente medio millón de vietnamitas y secuelas como defectos de nacimiento que perduran hasta el día de hoy.


El Departamento de Defensa de los Estados Unidos apeló al uso de potentes pesticidas sin pensar en el riesgo de la población.


   Este herbicida combinado “agente naranja” se compone de dos defoliantes. El segundo, el 2,4-D poseía en su composición a una dioxina (un subproducto no deseado que se produjo en el proceso de fabricación del herbicida), la TCDD (2,3,7,8-tetraclorodibenzo-p-dioxina), contaminante y muy tóxica. La Organización Mundial de la Salud a través de su Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) recién en el año 1997, y tras evaluaciones, clasificó a la TCDD como un “carcinógeno humano”. Es importante aclarar que la exposición en un período breve de tiempo a altas concentraciones de dioxinas puede causar lesiones cutáneas como acné, alteraciones de las funciones hepáticas; mientras que si el tiempo de exposición se prolonga las alteraciones pueden ser inmunitarias, de tipo nerviosas, afectar al sistema reproductor, ocasionar accidentes genéticos y provocar malformaciones congénitas en el feto.
 
   En la década de 1960, mientras Estados Unidos comenzaba a bombardear Vietnam, empresas como Monsanto o Dow Chemical Company comenzaban a producir pesticidas que contenían importantes  niveles de TCDD (entre ellos el glifosato), a pesar de las investigaciones y recomendaciones de no uso por posible toxicidad cancerígena que manifestaban científicos independientes y organismos como la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la EPA (Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos).
 

   En 1974 tras una gran campaña publicitaria, Monsanto presenta un producto que vendría a “acabar con el hambre en el mundo” por su asombrosa capacidad para eliminar todo tipo de malezas que perjudicaba el crecimiento de los cultivos: El herbicida Roundup® 12, que contenía al ingrediente activo glifosato, un derivado de la glicina y descubierto a finales de la década de 1960 por químicos de Saint Louis. La existencia de un destructor serial de plantas ameritaba la creación de semillas transgénicas que resistieran su efecto, por eso es que en 1983 crece la primera planta transgénica. Tres años más tarde, Monsanto produce la primera planta genéticamente modificada, que trató de una planta de tabaco a la que se añadió a su genoma un gen de resistencia para el antibiótico Kanamicina. Sin embargo, la comercialización de un alimento modificado genéticamente no ocurrió hasta 1994, en cuya ocasión fueron los famosos tomates “Fav Savr” resistentes al glifosato, producidos por la empresa Calgene. El cultivo transgénico se argumentaba por medio de un hipotética reducción en el uso de herbicidas, incremento de la producción agrícola y consecuente solución del hambre en el mundo.
 
 
 

Fraude científico

 


   Los estudios toxicológicos sobre el glifosato que fueron requeridos oficialmente para su registro y sucesiva aprobación habían sido asociados con prácticas fraudulentas. En el año 1976, una auditoría llevada a cabo por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) descubrió graves errores y deficiencias en investigaciones realizadas por uno de los laboratorios más importantes de Estados Unidos, que se encontraba involucrado en la determinación toxicológica de pesticidas previa a su oficialización. A raíz de esto la EPA acusó públicamente a Industrial Biotest Laboratories (IBT), quien fuera el laboratorio que dirigió 30 estudios sobre el glifosato y fórmulas comerciales en base a este herbicida (de los 19 estudios realizados en total, 11 fueron con respecto a su toxicidad crónica), de falsificación rutinaria de datos y resultados, e intencional omisión de informes sobre frecuentes defunciones de ratas y cobayos durante las experimentaciones. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) hizo efectiva la denuncia recién en 1983, siete años más tarde, por lo que el caso contó con ínfima repercusión mediática. Pese a ello, informes del Comité de Operaciones Gubernamentales del Congreso norteamericano y sumarios de la Oficina de Pesticidas y Sustancias Tóxicas de la EPA llegaron a determinar, con detalles, la fraudulencia y escasa calidad científica de los estudios presentados por el Industrial Biotest Laboratories .

 
   En 1991 la EPA vuelve a denunciar, en esta ocasión a Craven Laboratories (una empresa responsable de confirmaciones para 262 compañías fabricantes de agrotóxicos) sobre falsificación de estudios, anotaciones inconcebibles de registros de laboratorio y manipulación manual del equipamiento científico para que éste condujera a resultados falsos. Varios estudios sobre residuos de Roundup en papas, uvas y remolachas permitieron cuestionar las pruebas. Como resultado del juicio en 1992, el dueño de Craven Laboratories y tres de sus empleados fueron declarados culpables de 20 causas penales distintas, de las que se destacan la sentencia al dueño por cinco años de prisión y una multa de 50.000 dólares. Para Craven Laboratories la multa ascendió a 15.500.000 de dólares.
   No obstante, los estudios toxicológicos del glifosato que se juzgaron como fraudulentos no provocaron la prohibición del uso de este herbicida gracias al accionar de las organizaciones involucradas en los agronegocios que efectuaron un reemplazo de información, sobornaron jueces y manipularon organismos de control. En 1993 la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) y la Organización Mundial de la Salud clasificaron a los herbicidas que contenían glifosato como de baja toxicidad, incluyéndolos en la categoría 3 para exposición oral e inhalación, en una escala que va del 1 (más tóxico) a 4 (menos tóxico). Sospechosamente, en septiembre del mismo año, el glifosato fue ‘re-registrado’ en Estados Unidos, luego de que la EPA (la mismísima organización que había denunciado estudios fraudulentos en relación al glifosato) revisara nuevos estudios y concluyera que el uso de glifosato, de acuerdo a las indicaciones de los rótulos, “no implica riesgos más allá de lo razonable, ni efectos adversos para la salud humana o el ambiente”.
 
 

Multas y premios

 
   En las primeras décadas de existencia, los productos a base de glifosato contemplaron éxitos rotundos para los agronegocios, y se llegó a ubicar a este herbicida en una posición privilegiada por haber recibido reconocimientos. John E. Franz, el científico de Monsanto que percibió por primera vez la actividad herbicida del glifosato, obtuvo en 1987 la Medalla Nacional de Tecnología, que representa la máxima distinción para los progresos en materia de tecnología de todo el territorio estadounidense. Esto fue posible producto del reconocimiento que recibió el Roundup® por su impacto positivo “sobre la producción agrícola de alimentos y fibras así como sobre las prácticas agrícolas a nivel mundial”. Por su parte, la revista Farm Chemicals incluyó al herbicida Roundup® entre ‘los 10 mejores productos que cambiaron la cara de la agricultura’, lista que figuró en la edición de su centenario en septiembre de 1994. Según los editores de la revista, el Roundup se ganó ese lugar de privilegio por “permitir y estimular la práctica de la siembra conservacionista”.
   Un año después, en 1995, el Ministerio de Justicia condenó al grupo de Saint Louis a pagar 75.000 dólares porque sugirió en una nueva publicidad que el “Roundup se podía utilizar cerca de fuentes hídricas" por no constituir ningún tipo de peligro o perjuicio. Este acontecimiento sucedió tiempo después de que la EPA haya procedido a denunciar a laboratorios por manipulación de los resultados experimentales. Pero la realidad para Monsanto cambió en apenas meses, ya que en 1996 recibió el Premio para el Desarrollo Sustentable por parte del gobierno de los Estados Unidos, siendo reconocido por sus “tecnologías pioneras en sustentabilidad” donde se incluye al herbicida Roundup. En ese mismo año Monsanto recibió el Premio “Desafío a la Química Verde”, y las autoridades argumentaron que fue por la responsabilidad ambiental de sus sistemas de fabricación de herbicidas a base de glifosato.
   En un contexto distinto a las premiación por desarrollo tecnológico o tecnologías sustentables, en noviembre de 1996 el Ministerio de Justicia de los Estados Unidos, tras enterarse que Monsanto financiaba anuncios en los periódicos y la televisión para generar imagen positiva del Roundup®, le prohibió a la empresa proclamar que “su herbicida es biodegradable, bueno para el medio ambiente, no tóxico, inofensivo y conocido por sus características medioambientales”. Recién luego de más de una década, el 20 de enero de 2007, la multinacional Monsanto fue declarada culpable por financiar la publicidad engañosa, primero en Estados Unidos y luego en un tribunal de Lyon, en Francia. Paradójicamente, el Dr. John E. Franz (pionero del empleo del glifosato como herbicida) fue incorporado al salón de la Fama de los Inventores de los EE.UU. en Akron -Ohio-, pocos meses después de que Monsanto fuera dos veces sancionado.

 

Probable carcinógeno humano 


   Entre los años 2000 y 2006 se fumigaron con Roundup cerca de 300.000 hectáreas en el marco del “Plan Colombia” ideado por Washington con el fin de erradicar los cultivos de coca y cannabis. El saldo fue una intensificación del narcotráfico hasta nuestros días, la intoxicación de alrededor de 300.000 personas sólo en el departamento de Putumayo, ubicado en la frontera con Ecuador, donde residen varias comunidades originarias. Otras consecuencias fueron la destrucción de miles de hectáreas de cultivos de los pobladores (mandioca, bananas, tomate, caña de azúcar), la reducción de la fauna y de los árboles frutales. Este caso demuestra el gran poder destructivo del glifosato, capacidad negativa que históricamente fue negada por sus fabricantes, promotores y los comerciantes.

 
Se estima que durante el Plan Colombia se utilizaron dos millones y medio de litros de glifosato.
 
   Valiosos estudios realizados por científicos independientes han demostrado fehacientemente que el glifosato ha sido erróneamente calificado como "toxicológicamente benigno" a lo largo de la historia. La revisión de la toxicología del glifosato que realizó un equipo norteamericano de científicos independientes agrupados en la Northwest Coalition for Alternatives to Pesticides (NCAP), identificó numerosos efectos adversos en todas las categorías normales de estudios toxicológicos (subcrónicos, crónicos, carcinogenéticos, mutagénicos y también en los reproductivos). Las conclusiones a las que arribó la NCAP fueron duramente cuestionadas a través del argumento de que estos efectos se produjeron porque el estándar protocolar exige hallar efectos negativos a la mayor dosis analizada.
   A modo de complemento con el estudio de la Northwest Coalition for Alternatives to Pesticides  (NCAP), un trabajo sobre glifosato publicado en noviembre de 1998 por la editora del Journal of Pesticide Reform, Caroline Cox, describía efectos adversos semejantes que no habían resultado de la mayor dosis estudiada, sino que todos habían sido constatados a dosis menores. Pero estos esfuerzos fueron subestimados por los organismos superiores. Tal es así que la revisión del año 2000 concluyó con la siguiente frase: “en las condiciones de uso presente y esperado, no hay posibilidad de que el herbicida Roundup ponga en riesgo la salud de las personas”.
   Entre los estudios más recientes que evidencian la toxicidad carcinógena del glifosato se destacan dos investigaciones con sus correspondientes experimentos. La primera fue en 2009 y tuvo lugar en el Laboratorio de Embriología Molecular del Conicet (Facultad de Medicina de la UBA, en Argentina) donde, por medio de inyecciones de dosis hasta 1500 veces inferiores de glifosato que las utilizadas en las fumigaciones sojeras de allí, se comprobó trastornos intestinales y cardíacos, malformaciones y alteraciones neuronales como consecuencias en las ratas de laboratorio. “Concentraciones ínfimas de glifosato, respecto de las usadas en agricultura, son capaces de producir efectos negativos en la morfología del embrión, sugiriendo la posibilidad de que se estén interfiriendo mecanismos normales del desarrollo embrionario“ determinó la resolución del estudio dirigido por Andrés Carrasco.
   En 2012, el experimento del Dr. Gilles-Eric Séralini, experto de la Comisión Europea en transgénicos, encontró daños severos en órganos vitales como el hígado o riñón, altas tasas de tumores y alteraciones hormonales en ratas alimentadas con el maíz genéticamente modificado y regado con bajos niveles de Roundup. El estudio fue publicado en Food and Chemical Toxicology (FCT) en septiembre del 2012 pero finalmente retirado en noviembre de 2013 a causa de la campaña difamatoria (iniciada en críticas a la metodología de la investigación) que levantó la comunidad científica rentada por los agronegocios y las propias empresas multinacionales. En su trabajo, el francés Séralini afirmó que los productos metabólicos de Roundup causarían la muerte de embriones, placentas y células umbilicales humanas in vitro en bajas concentraciones (1 × 10−5 veces la concentración recomendada para el uso).
   Pese a los resultados adversos en estas investigaciones y de otras con poco alcance mediático pero de gran compromiso contra los agrotóxicos, hasta hace no muchos meses la Unión Europea (tras un estudio bajo liderazgo de Alemania), publicaba en el Review Report for the Active Substance Glyphosate desacertados resultados a los que alcanzó la Comisión Europea, quien determinaba nuevamente que el uso de glifosato no implicaba efectos adversos para la salud humana o animal”. A modo de respuesta, la Organización Mundial Salud (OMS) declaró el 20 de marzo del 2015 desde Lyon -Francia- , que el glifosato es “un probable carcinógeno para los seres humanos”, clasificándolo en el Grupo 2A de toxicidad cancerígena que construye la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) dependiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). También se presume la existencia de una "evidencia limitada" respecto de la capacidad que podría tener el glifosato para generar el linfoma no Hodgkin en los seres humanos y se determinó oficialmente que hay pruebas "convincentes" de que puede provocar cáncer en animales de laboratorio.
   Esta decisión de organismos tan influyentes a nivel mundial como la OMS o la ONU es un logro principalmente de la lucha activista contra las multinacionales productoras de agrotóxicos, pero a la que contribuyeron con enorme valentía, los científicos que rebelaron sus investigaciones. Pero actualmente  los productos que contienen glifosato están registrados en más de 130 países y aprobados para el control de malezas en más de 100 cultivos. Los agrotóxicos continúan envenenando al mundo y enriqueciendo a las multinacionales.